Excepto para los fanáticos del neoliberalismo –que los hay, la pucha si hay-, el crecimiento económico no sirve si no existe el bienestar real, duradero y, sobre todo, justo de las sociedades. Con el fin de destacar esta forma de pensar, ayer se conmemoró el Día Mundial de la Justicia Social. El fin de esta celebración es brindarle el apoyo a la labor de la comunidad internacional encaminada a eliminar la pobreza e incentivar el empleo pleno y el trabajo decente, la igualdad entre los sexos y el acceso al bienestar social y la justicia social para todos.
El 26 de noviembre de 2007, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró que, a partir de su sexagésimo tercer período de sesiones, el 20 de febrero de cada año se celebrará el Día Mundial de la Justicia Social. En la resolución se reconoce: “Que el desarrollo social y la justicia social son indispensables para la consecución y el mantenimiento de la paz y la seguridad en las naciones y entre ellas, y que, a su vez, el desarrollo social y la justicia social no pueden alcanzarse si no hay paz y seguridad o si no se respetan todos los derechos humanos y las libertades fundamentales”. Se admitió, además, “que, para sostener el desarrollo social y la justicia social, es necesario un crecimiento económico de base amplia y sostenido, en el contexto del desarrollo sostenible”.
Está claro que la justicia social demanda algo más que la construcción de una mejor forma de distribución de bienes y derechos. Requiere una transformación real de las estructuras de producción y de distribución. Y esto debe ser llevado a cabo en un sistema que, a la vista está, premia el individualismo (de algunos pocos) y el progreso personal por sobre el bien común.
Entonces, es urgente -ya lo vienen diciendo varios pensadores- imaginar otros mundos posibles, donde la sustentabilidad, la democracia, la justicia social y la vida digna sean su centro y para ello los valores y principios que inspiren esa sociedad son fundamentales para incubar ese futuro. El de hoy puede ser un buen día para comenzar a pensar y ejecutar comunidades más inclusivas y justas; no como la nuestra, que ya tiene casi el 60% de pobres.
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